Invitado a colaborar en esta
publicación de este grupo de peregrinos de Arjona, con gusto ofrezco esta
reflexión que quiere insistir en la dimensión espiritual de la peregrinación.
Vemos hoy cómo frente a muchos que siguen subrayando que la
peregrinación es una acción de contenido fundamentalmente espiritual, hay otras
personas que realizan peregrinaciones por otras razones: para tomar contacto
con un elementos importantes que han conformado nuestra cultura y han tenido
una influencia decisiva en ella, o incluso como simple entretenimiento, como
una actividad lúdica más.
Quizá sea el camino jacobeo una de las peregrinaciones más
importantes, al menos en Europa. Así lo fue desde la edad media junto con la
peregrinación a Roma y a la
Tierra Santa. Este camino jacobeo, publicitado e incluso
subvencionado desde la a misma administración, sigue siendo recorrido por miles
de peregrinos, especialmente en los años santos compostelanos. En él podemos
ver estas características a las que ante hacía mención: hay mucho que lo
recorren guiados y motivados por la fe cristiana, pero también hay muchos que,
incluso sin fe, lo realizan por muy diversas motivaciones.
Si observamos las peregrinaciones a los Santuarios más
cercanos a nuestro pueblo, los dos Santuarios dedicados a advocaciones
marianas, la
Santísima Virgen de la Cabeza, en Andújar, y la Santísima Virgen
del Alharilla, en Porcuna, podemos observar a menor escala este mismo fenómeno.
No es mi intención en este artículo negar la legitimidad de
la realización de peregrinaciones a quienes no lo hacen motivados por la fe.
Creo que tampoco tienen que estar contrapuestos estas diversas motivaciones.
Peregrinar desde la fe no tiene por qué excluir sentirse unido al valor cultural
que esto conlleva, ni tampoco excluir un sano sentido lúdico y de alegría al
peregrinar. Sin embargo lo que quiero subrayar es la dimensión espiritual.
Para ello quiero tomar de un importante documento de una
Congregación Vaticana,, la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos. Es un documento que fue publicado en el mes de diciembre del año
2001 y fue titulado: “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia.
Principios y orientaciones”. El
capítulo VIII y último de este documento está dedicado a los Santuarios y las
peregrinaciones.
Entre los apartados que el documento dedica a hablar de las
peregrinaciones quiero centrarme en el que titula: Espiritualidad de la
peregrinación. Comienza afirmando que la peregrinación en nuestro tiempo
conserva los elementos esenciales que determinan su espiritualidad y los sitúa
en las siguientes seis dimensiones de toda peregrinación.
Dimensión escatológica: Con esta extraña palabra griega lo
que se intenta expresar es que la peregrinación es una estupenda imagen de lo
que es la vida entera del hombre. La peregrinación es el camino hacia un
Santuario, lugar privilegiado donde los hombres nos encontramos con Dios. Así
la vida entera del hombre en la que es un constante peregrino hacia el Reino de
Dios. Y esta peregrinación la realiza todo hombre entre la oscuridad de la fe y
la sed de la visión, entre la fatiga del camino y la esperanza del reposo,
entre el llanto del destierro y el anhelo del gozo de la patria... Muchas veces
en vuestras peregrinaciones habréis sentido la fatiga del camino, pero, incluso
en el mismo camino, os alienta el deseo y la alegría de la llegada a la meta
deseada. Así se configura también la vida humana, como un camino en la que a
veces nos puede el cansancio y la desilusión, pero que nos levanta la esperanza
de lo que tendremos, esa esperanza que hace que lo que esperamos no los veamos
solo como algo futuro y lejano, sino que, de alguna manera se hace presente ya
aquí y ahora para que ello nos anime y el gozo de sentirlo nos vuelva a
levantar de nuestros cansancios y hastíos.
Dimensión penitencial: La peregrinación se configura como
un “camino de conversión” cuando ella nos hace reflexionar sobre nosotros
mismos y ahí tomar conciencia de nuestros pecados y de la necesidad de un
cambio de vida. Por eso es importante que en una peregrinación verdaderamente
cristiana permita momentos de silencio durante el camino donde cada peregrino
pueda entrar en su propia intimidad en ese ámbito propicio que es el camino,
donde, de alguna manera, rompemos con el ritmo habitual de nuestra vida,
frecuentemente llevada por la prisa y la actividad, que no nos deja entrar
dentro de nosotros mismos.
La llegada a un Santuario es muchas veces ocasión para
acercarnos al Sacramento de la
Penitencia y poder volver renovados interiormente. Cuanto más
auténticamente se realiza la peregrinación, al peregrino vuelve con el
propósito de orientar más decididamente la vida a Dios.
Dimensión festiva: Me parece importante que aparezca
este elemento como uno de las dimensiones que configuran la espiritualidad de
la peregrinación. Antes he dicho que no hemos de ver como contrapuestos o
excluyentes la peregrinación hecha desde la fe y el deseo de pasarlo bien.
Ahora se nos señala que esta dimensión festiva forma también parte de la misma
espiritualidad de la peregrinación y que no se contradice con la dimensión
penitencial anterior.
Se nos dice que el gozo de la peregrinación cristiana es la
prolongación de la alegría del peregrino piadoso de Israel expresada en ese
salmo tan conocido: “Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del
Señor” (Salmo 121). Esta dimensión festiva es la lógica consecuencia cuando
durante los días de la peregrinación rompemos con la monotonía diaria, que
tantas veces se nos vuelve tan agobiante. Y además vivimos hermosos momentos de
convivencia y de amistad, que nos lleva al compartir alegre y festivo.
Dimensión cultual: La peregrinación es esencialmente
un acto de culto, se camina hacia un Santuario para ir al encuentro con Dios y,
en su presencia, tributarle el culto de la adoración y abrirle el corazón.
Se habla también en esta dimensión de que con mucha
frecuencia la oración del peregrino se dirige a la Virgen María o a los
santos, pues son muchos los Santuarios que están dedicados a veneradas imágenes
de la Virgen o
de los Santos. Reconocemos que ellos son válidos intercesores ante el Altísimo
y a la vez modelos de auténtica vida cristiana. Estas imágenes de la Virgen o de los santos que
son tan veneradas en los santuarios son signos santos de la presencia divina y
del amor providente de Dios y han sido testigos de tantas oraciones que los
peregrinos, generación tras generación, han rezado, como voz que se eleva
suplicante expresando, tantas veces, el gemido del afligido. O también la
oración otras veces ha sido júbilo agradecido de quien ha obtenido gracia y
misericordia.
Dimensión apostólica: La situación itinerante del
peregrino presenta una semejanza con la de Jesús y sus discípulos cuando
recorrían los caminos de Palestina anunciando el Evangelio de la salvación.
Desde este punto de vista, nos dice el documento, la peregrinación misma se
convierte en un anuncio de fe.
Dimensión de comunión: El peregrino que se dirige al
Santuario acude en comunión de fe y de caridad con los compañeros con los que
hace el camino, pero el documento subraya que también esta comunión de la
peregrinación se establece con el mismo Señor. Al Señor no se le encuentra solo
al final del viaje, sino que él mismo camina con nosotros, como lo hizo con los
discípulos de Emaus.
Pero son muchos más los elementos que el documento nos dice
que se viven en comunión en la peregrinación. El peregrino vive también la
comunión, mientras hace su viaje, con su comunidad de origen –su parroquia o
grupo cristiano al que pertenece- y, a través de ella con la Iglesia entera. Vive
también la comunión con tantos fieles como a lo largo de los siglos han
peregrinado también al Santuario al que se dirige. También se establece esta
comunión con la naturaleza que rodea al Santuario, en tantas ocasiones situados
en parajes llenos de belleza, el peregrino admira esta belleza y se siente
movido a respetarla. Y también con la entera humanidad, cuyo sufrimiento y
esperanzas aparecen en el Santuario de diversas maneras.
Deseo que estas líneas nos ayuden a profundizar en esta
realidad de la peregrinación, que ha nacido como acto de fe y devoción y que,
aunque hoy pueda realizarse por otros muchos motivos, siempre encontrará su
sentido más pleno en su dimensión espiritual. Aliento a este grupo de
peregrinos de Arjona a seguir en su empeño de promover y valorar esta gran
riqueza que tenemos.
Fray Joaquín Pacheco Galán OFM.
Convento Franciscano de Madre de
Dios. Lucena (Córdoba)
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